LADERA SUR. Osteonecrosis disbárica: la silenciosa enfermedad que corroe los huesos de los buzos salmoneros al sur de Chile
A los cientos de accidentes y muertes que enturbian las aguas donde funciona la industria salmonera al sur de Chile, se suma otra tragedia: una enfermedad laboral que padecen sus buzos llamada osteonecrosis disbárica. No existe una cifra, ni siquiera aproximada, de la cantidad real de buzos que sufren este tipo de necrosis en sus huesos, que se propaga lentamente destruyendo el tejido óseo, provoca dolores fuertes y agudos, y puede dejarlos completamente inválidos. Exámenes médicos insuficientes realizados por las mutualidades impiden su detección temprana, y prácticas negligentes permitidas por la industria a la hora de bucear expanden esta enfermedad. Muchos buzos quedan inválidos, con pensiones mínimas y sin la oportunidad de seguir trabajando en su sector. Conoce más en este reportaje realizado por Cristóbal Ríos Soto.
Al box de la doctora Teresa Ábalos (su nombre real se ha modificado para mantener su identidad en reserva) entró un hombre alto y robusto. La ficha médica indicaba 32 años, pero ella vio en él a un hombre mucho mayor. Era buzo salmonero y tenía un fuerte dolor en el brazo derecho, que estaba hinchado y rojo. En un inicio la doctora pensó en una tendinitis, pero al ver el brazo cambió de parecer.
“Dijo que tomaba antiinflamatorios y analgésicos de manera constante. Para calmar su dolor tuve que darle analgésicos más fuertes. Me contó que ya no buceaba y que lo habían reubicado en su empresa a mover contenedores de basura”, cuenta Ábalos.
El buzo narró su historia: tenía osteonecrosis disbárica en ambas caderas. “Había leído de la enfermedad, pero nunca la había visto” dice Ábalos. “No sabía que esto sucedía —dijo el hombre— nos pedían bucear a más profundidad en las empresas y pasarnos un poco del límite para limpiar más jaulas”.
La doctora lo cambió de box para hacerle una radiografía e iniciar un diagnóstico diferencial de una posible osteonecrosis en el brazo, que se sumaría a la que ya tenía en las caderas. “No sé qué hacer —le dijo el buzo— tengo dos hijos pequeños y no sé qué hacer, y eso que soy joven”.
El caso de esta persona, cuya identidad también se mantendrá en reserva, no es casual ni aislado. Ladera Sur entrevistó a especialistas del área jurídica, médica y científica relacionados con buceo y salmonicultura, y todos concuerdan en que la cantidad de buzos que sufren osteonecrosis disbárica es alta y alarmante. Lo mismo confirman cuatro buzos entrevistados para este reportaje. Tres de ellos cuentan su historia. Sin embargo, no existe una cifra exacta de buzos con esta patología, y los organismos responsables del Estado tampoco están trabajando para llegar a ella: así lo evidencia la entrevista que realizamos a autoridades de la Superintendencia de Seguridad Social (Suseso). Estudios e investigaciones científicas consultadas confirman una serie de malas prácticas que generan esta afección, y que son llevadas a cabo por las empresas salmoneras que funcionan al sur del país.
“Nos acostumbramos a vivir con dolor”
“La osteonecrosis disbárica se da generalmente en las cabezas del húmero y el fémur (hombros y caderas) y se produce por no respetar las tablas de descompresión de buceo”, dice el doctor Jorge Calderón, médico general de la Universidad de La Frontera y máster en medicina hiperbárica por la Universidad de Barcelona. Es altamente invalidante, causa dolor intenso y pérdida de movimiento destruyendo la médula del tejido óseo. A medida que avanza puede destruir el hueso completamente y la persona que la padece puede quedar postrada. Calderón asegura que no hay cura. “En forma experimental uno podría tratar la enfermedad, pero al momento de la detección casi todos los pacientes están avanzados, y ahí no hay tratamientos, solamente reemplazar la articulación”, afirma.
Eso tuvo que hacer Néstor Sanhueza (56), buzo con más de 30 años de experiencia y presidente del Sindicato Nacional de Buzos. “Soy operado de la cadera izquierda, me sacaron ocho centímetros de hueso”, afirma. Comenzó a bucear a los 19 años extrayendo mariscos, y entró a la industria salmonera apenas ésta comenzó a expandirse. Allí cometió durante años, sin saberlo, prácticas en el buceo que le generarían osteonecrosis disbárica, y que terminarían de manera drástica con su profesión. Dichas prácticas son enumeradas por el doctor Jorge Calderón: bucear a más de 30 o 40 metros y no respetar las tablas de buceo. La descripción del doctor Calderón calza a la perfección con la que hace Néstor Sanhueza de su experiencia buceando para la industria salmonera.
“Íbamos siempre mucho más abajo, sobre los 30 metros, y la empresa nos exigía hacerlo. A las 8 y media de la mañana estábamos en el agua, a las 12 subíamos, almorzábamos y volvíamos a bajar en la tarde. Eso, según el reglamento de buceo, no se podía hacer. 50 minutos es el tiempo máximo que puedes ejercer labores de buceo al día y punto. Antes no, llegabas a los 30 metros cuatro o cinco veces en la mañana y en la tarde volvías a hacerlo”, narra Sanhueza.
Los centros de cultivo de salmones están, por lo general, en mar abierto, algunos a muchas horas de navegación. Las balsas jaula donde se crían los salmones tienen una profundidad de 20 metros, pero debido a salmones muertos y otros residuos, pueden bajar a 25 o más. Las envuelve una inmensa malla que tiene las medidas de una cancha de fútbol profesional, llamada malla lobera, y que llega a profundidades de 50 metros. Muchas veces los buzos trabajan una o dos semanas en un centro sin señal de celular ni internet, y quedan incomunicados de sus familias. Allí es donde descienden varias veces al día para extraer mortalidad, parchar las mallas o armar nuevos centros.
En noviembre de 2017 Sanhueza comenzó a sentir fuertes dolores en la cadera. Ese síntoma significaba que la necrosis estaba ya muy avanzada y que no había nada que hacer para revertirla o tratarla, pero él, como muchos buzos, no lo sabía. Fue a hacerse el examen ocupacional a la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS), test médico que, por ley, exigen realizarse a los trabajadores de alto riesgo, y le detectaron la enfermedad. Al no pasar el test no pudo seguir buceando, y perdió su trabajo.
“Cambia toda tu vida, en todo sentido, porque no vas a poder bucear nunca más. Estás condenado a vivir con esta enfermedad. Muchos de nosotros no chillamos, pero nos acostumbramos a vivir con dolor”, dice. “Entré en un cuadro depresivo y estuve dos meses sin hacer nada en la casa. Tengo un cuadro de angustia y depresión que aún no supero”.
Néstor Sanhueza tuvo que reinventarse. Vendió pescado, fruta e hizo fletes, hasta que entró a trabajar por las noches en las bodegas de un supermercado Líder. Recuerda la fecha exacta de su operación, como si ese día se hubiera quedado grabado en su retina: 10 de diciembre de 2018. Cuando a un buzo le diagnostican osteonecrosis disbárica, hay fechas que nunca más olvida. “Ya no vamos a tener la vejez que pensábamos cuando teníamos 30 años, pero queremos que las generaciones que vienen no pasen por lo que estamos pasando nosotros”, cierra.
La historia se repite en la vida de Sandro Nonque (51), buzo de Maullín que tiene 71% de invalidez producto de esta enfermedad. Recuerda algunos números y fechas exactas: comenzó a bucear a los 17 años mariscando, en el año 2000 entró a trabajar en la industria salmonera y, el 18 de enero de 2017, le diagnosticaron osteonecrosis disbárica en ambos hombros y caderas. Fue desvinculado de su empresa y pasó de recibir un sueldo de $800 mil pesos líquidos a una pensión de invalidez de $450 mil mensuales. No puede trabajar nuevamente en la industria, porque no puede hacer fuerza, y no lo reciben debido a su enfermedad.
“Hay muchas irregularidades y prácticas malas que uno tiene que hacer para no quedar sin trabajo —narra. Nos mandaban a alimentar salmones con dos o tres bolsas al hombro de 20 kilos cada una después de bucear, y no había descanso. Pensábamos que lo hacíamos bien” asegura Nonque, que trabajó 16 años con matrícula de buzo mariscador básico, que permite descender sólo hasta 20 metros. “Bajábamos a 40, 50 o 60 metros. Buceábamos a las mallas loberas. Bajábamos a esas profundidades dos o tres veces por semana. Conozco colegas que siguen descendiendo a 50 metros y que tienen licencia de buzo mariscador”.
Lo que menciona Sandro Nonque es señalado en un estudio de 2019 encargado por la Suseso, titulado “Estudio Observacional de Buzos dedicados a la Acuicultura”: de un total de 119 encuestados, 39 aseguraron bucear a más de 20 metros de profundidad (33% del total). El 75% de los buzos consultados tenía matrícula básica, que les prohíbe sumergirse más allá de los 20 metros. Si se cruzan ambos datos, se puede concluir que la mayoría de buzos salmoneros bajan a más profundidad de la que le permiten sus licencias. El mismo estudio arrojó que el 95% de los buzos encuestados realizaba buceo yo-yo.
“Se utilizaba mucho el buceo yoyo. Cuantas más jaulas hacías más rápido terminabas. A veces, por mal tiempo, llegaba el jefe de centro y decía “tienen que hacer 30 jaulas para poder salir”. Una vez despidieron a un grupo de cinco buzos de la embarcación, con supervisor y todo, por abandono laboral, por no querer hacerlo”, cuenta Nonque.
“Tengo una hija de siete años que es súper regalona, y tengo que dejar fuerza para levantarla, a veces se me cansan los brazos. Son dolores muy fuertes, incesantes. Va pasando el tiempo, los años, y nadie hace nada”.
Reinaldo Rodríguez, biólogo marino de la Universidad Católica del Norte, fue el científico que dirigió el estudio encargado por la Suseso. “La falla está en la norma —asegura— y el estímulo perverso para que se hagan todas las jaulas. ¿Por qué se llama yo-yo? Porque el buzo baja, sube y se va a la otra jaula, y a la otra, y así. En nuestro estudio determinamos que, en el transcurso de lo que se le exigía, el buzo tendría que hacer menos de ⅓ de lo que realmente hace para mantener su salud. El problema del buceo yo-yo es que el buzo no aplica la tabla de descompresión de forma adecuada”, afirma.
Rodríguez enumera otras negligencias y malas prácticas que suceden en los centros de cultivo, y que perjudican la salud física y mental de los buzos.
“Vi muchos equipos, y dentro de ellos una disparidad enorme dentro del uso de sus herramientas de buceo. Muchas veces compartían equipos entre los buzos, con todo el problema que significa pasarse los esnórquel y las máscaras. Los equipos de las empresas tercerizadas eran muy deficientes, y muchos problemas se generaron por esta baja implementación de tecnología adecuada”, sentencia.
Además, cuando Rodríguez visitó los centros de cultivo para realizar el estudio vio otra práctica que lo sorprendió: “Cuando fuimos, en casi todos los centros que están en alta mar, en los canales de Aysén, los buzos dormían al lado de los motores de las naves. También descubrimos, en 2018, que había aumentado la cantidad de buzos que dormía en botes, en embarcaciones con muy precaria habitabilidad”.
El doctor Calderón dice que “para evitar enfermedades descompresivas y osteonecrosis disbárica, las salmoneras deberían tener robotizados todos los trabajos bajo 30 metros. Así los buzos no se expondrían a ningún riesgo”. Dicha modalidad está implementada en Noruega, donde el número de buzos enfermos, accidentados y muertos es casi nulo.
“Si se ejerciera esta labor como corresponde, nadie se enfermaría”, concluye Néstor Sanhueza.
La cifra inexistente
¿Por qué se cometen este tipo de irregularidades en los centros de cultivo de la segunda industria exportadora a nivel nacional? La salmonicultura chilena produce el 25% del salmón que se consume en el mundo, obteniendo ganancias de más de 4 mil millones de dólares anuales. Es superada sólo por Noruega y su nivel de exportación fue, en 2022, el 48% del total de alimentos enviados al extranjero, según el Anuario Estadístico de Sernapesca. Ese año la industria aumentó sus ganancias a 6 mil millones de dólares.
Éstos números permiten dimensionar su inmenso tamaño y peso económico, sin embargo la industria tiene cifras desconocidas que impiden conocer el número de buzos que se enferman por trabajar en sus centros de cultivo de salmones. ¿Por qué se desconoce esta cifra? Porque no existe. Las aseguradoras de salud son quienes manejan los datos de pacientes con osteonecrosis disbárica, y no han elaborado un catastro. La Suseso puede solicitar su elaboración, pero no lo ha hecho, sabiendo que esta enfermedad es alarmante, pues así lo asegura el estudio que ellos mismos publicaron en 2019. Así lo afirma Pamela Gana, Superintendenta de Seguridad Social.
¿Han solicitado la cifra para poder llegar a un estimado de buzos con osteonecrosis disbárica?
—No, no estamos trabajando en eso, en esa información.
Ladera Sur envió una solicitud de transparencia a la Suseso solicitando la cantidad de buzos con osteonecrosis disbárica diagnosticados en aseguradoras de salud entre 2017 y enero de 2023, en las regiones de Los Ríos, Los Lagos, Aysén y Magallanes. La respuesta, que puede revisarse aquí, fue que no disponían de los antecedentes solicitados.
Al no existir la cifra, no se sabe cuántos buzos sufren este tipo de necrosis en sus huesos. Néstor Sanhueza asegura que los colegas de su edad “están todos con osteonecrosis, algunos más avanzados que otros, pero todos”. Lo mismo dice Sandro Nonque.
Fabiola Gaete, abogada del Sindicato Nacional de Buzos, dice que 9 de cada 10 buzos que atiende tienen osteonecrosis. Según ella, en cinco años ha conocido alrededor de 400 buzos con esta enfermedad. “No existe una lista de enfermos. Traté que me enviaran un listado de gente a través de transparencia, pero nadie me facilitó alguna fuente de donde poder extraer listados de personas. No existe, pueden ser miles”, dice.
“No les han hecho los exámenes de salud”
A los cuatro buzos contactados para este reportaje les detectaron osteonecrosis cuando sentían dolor. A esa altura, la enfermedad ya estaba avanzada, porque la necrosis salió de la articulación y tocó terminaciones nerviosas. Así sucede generalmente, y cuando es así no hay tratamiento posible. Los buzos salmoneros deben realizarse cada año, por ley, exámenes de salud en sus mutualidades. Éstos se denominan “exámenes ocupacionales”. Si la osteonecrosis se demora entre cinco a siete años en desarrollarse ¿Por qué no se les detectó antes, en una etapa temprana? Porque los exámenes ocupacionales realizan radiografías, y con eso no se detecta esta enfermedad en sus inicios.
Según el doctor Calderón, para detectar de manera temprana la enfermedad debieran realizarse resonancias magnéticas a los buzos, pero la batería de exámenes que contempla el protocolo de vigilancia de salud no las incluye. Valentina Neghne, Jefa Subrogante del Departamento de Regulación de la Suseso, aseguró a Ladera Sur que “efectivamente, de acuerdo a lo que señala la literatura y los expertos, la resonancia magnética sería un examen más precoz, pero hay que pensar que los exámenes de los protocolos de vigilancia son definidos por el Minsal”.
Existe, además, otro problema: las aseguradoras de salud no están realizando los exámenes ocupacionales a los buzos ¿Por qué, si es su obligación? La respuesta la da Pamela Gana, Superintendenta de Seguridad Social: “Te confieso que el tema de vigilancia lo teníamos pendiente, en fiscalización, pero se vino el Covid, con todo lo que significaba en el área laboral, y quedó suspendido el seguimiento”.
Al preguntar por qué, si los buzos se realizan exámenes de salud ocupacionales cada año, no se les detecta de manera temprana la osteonecrosis, Valentina Neghne respondió que “no sabemos si a esos trabajadores les hicieron los ocupacionales”. Pamela Gana asegura que hay una falta. “Para ser sincera, sabemos que las mutualidades están atrasadas en un proceso que es una obligación que establece el protocolo. Por eso este año activamos todo el proceso de fiscalización”.
Concretamente ese atraso ¿en qué se manifiesta?
—En que no les han hecho los exámenes. Ni te cuento la cantidad de trabajadores que nos han dicho que no les hacen los exámenes.
Para saber cómo abordan la osteonecrosis disbárica, si realizan correctamente los exámenes de salud y si tienen un catastro de pacientes, nos contactamos con la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS), pero, a través de su jefa de comunicaciones, dijeron no poder responder las preguntas.
En la cifra inexistente que no ha pedido la Suseso debiera estar el caso de Oscar Cárdenas (53), buzo de Ancud con 28 años de experiencia y matrícula de buzo mariscador básico. Entró a trabajar a las salmoneras en 1997, y según él era un trabajo sacrificado, que le exigía bucear todo el día. Su relato es idéntico al de Sanhueza y Nonque: descendía a profundidades mayores de 30 metros y realizaba buceo yo-yo. Lo particular de su caso es que, según él, un examen ocupacional realizado en la ACHS de Castro en 2013 le arrojó osteonecrosis disbárica, pero nunca se lo notificaron. En 2017, al ir a hacerse un nuevo test, le informaron que padecía la enfermedad hace cuatro años, en ambas caderas, y que tenía 55% de incapacidad. Perdió su trabajo y comenzó a recibir una pensión de $190 mil pesos.
“En las tardes comienza el dolor en las caderas, y a veces tengo que tomar calmantes para poder dormir tranquilo. Es algo que me acalambra hasta los músculos de las piernas, y el dolor ha aumentado. Es muy frustrante, porque no solo te detectan la enfermedad, sino que te sacan del trabajo. Nadie me da trabajo porque no puedo hacer fuerza, y cuando la hago en las noches no puedo dormir. Te matan psicológicamente y no puedes trabajar en lo que siempre anhelaste hacer, en tu pasión”, dice.
Cárdenas asegura que, a las malas condiciones de trabajo se sumaba otro factor: la incomunicación que sufrían mientras trabajaban en los centros. Muchas veces los buzos trabajan una o dos semanas sin poder hablar con sus familias. “Era difícil hasta cuando teníamos señal de teléfono. Cuando llegaban barcos a hacer servicios nos cortaban el internet. Tenían contraseñas y no podíamos hablar, pasábamos 20 días incomunicados.
Para poder subsistir, Cárdenas y su esposa retiraron el 10% de sus pensiones y pusieron un minimarket. “Nunca pensé que iba a ser pescador ni buzo, porque vivía en el campo, en Osorno. Siempre me gustó el mar, anhelaba conocerlo. Crecí muy pobre, y cuando tenía 14 años vine a Ancud a buscar mejores oportunidades. Ahora vivo cerca del mar. Me da nostalgia mirar a los pescadores cuando van a trabajar”, concluye.
Pamela Gana dice que, como Suseso, sacaron una circular que obliga a las mutualidades a redactar una guía preventiva dirigida a buzos. “Las mutualidades deben elaborarla de manera conjunta con la idea de enseñar normativas, buenas prácticas, cuidado de la salud, hábitos de vida saludable, etc. Ellos deben presentar esa guía a más tardar el 30 de junio. Creo que eso en algo va a ayudar, aunque el problema de los buzos no pasa por tener una guía de difusión”, dice.
Pero los buzos ya saben cómo se genera la enfermedad.
—Tú dices que ya saben, pero nos han contado que no respetan el ascenso, etc. Es una mezcla de cosas.No digo que la culpa sea del trabajador, porque la obligación de cuidados es del empleador. Por otra parte, hay varias acciones de fiscalización que vamos a llevar a cabo, entre las que está hacer un seguimiento de las denuncias de enfermedades. Esto es específico para buzos. También se va a hacer una fiscalización para la asistencia técnica que hagan las mutualidades a las empresas. Tenemos algunas capacitaciones programadas también.
¿Todas estas acciones nacen del estudio que hicieron? ¿Este sería el impacto que tuvo?
—Sí.
El estudio presenta varias propuestas de regulaciones y modificaciones para mejorar la situación laboral y de salud de los buzos.
—Sí, pero hay que tener ojo ahí y ver qué organismos son los llamados a hacer esas modificaciones, por nuestra parte estamos en esta línea con nuestras competencias. La idea del estudio fue proveer a los actores para hacer mejoras al sector buzo.
¿Están promoviendo ustedes alguna coordinación con esos actores para que se apliquen las propuestas de regulaciones y modificaciones que presenta el estudio?
—Hoy no.
Todos los buzos entrevistados repiten una idea: dicen contar sus historias para que lo que les sucedió no le pase a los buzos jóvenes que vendrán. Otros, no quieren hablar por miedo a perder sus trabajos.
“Esto no es para nosotros —dice Óscar Cárdenas—es para los jóvenes que trabajan ahora, para que se cuiden, que puedan respetar sus derechos. Es muy doloroso y frustrante quedar sin trabajo en lo que a uno le apasiona. Esto es para los jóvenes que quieren ser buzos”.
Para este reportaje, Ladera Sur contactó al Consejo del Salmón con la finalidad de conocer qué acciones están tomando para prevenir la osteonecrosis disbárica y regular las malas prácticas en los centros de cultivo de las empresas que los conforman, pero no quisieron referirse al tema. También se contactó a Blumar Seafoods, una de las principales empresas salmoneras del país, y se les envió una pauta de preguntas, pero al momento de la publicación no recibimos respuesta.
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