• 29 de marzo de 2024

Dignidad

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De Nuestros Lectores

La dignidad se define como una “cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo humillen ni degraden”. Un concepto que por estos días al ser puesto en lo cotidiano ha llegado a ser percibido por un sector de nuestra sociedad como sinónimo de resentimiento, de desidia, de anarquía e, incluso, como si perteneciera a un sector político partidista. En Octubre del año pasado, tras el estallido social ocurrido en nuestro país, aparecía una frase que logró quedar en el consciente colectivo “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. A raíz de esto me pregunto: ¿Cuándo perdimos la costumbre de ser dignos?. Una simple frase que encierra un cúmulo de situaciones que estaban camufladas y se creían habían pasado desapercibidas, pero que en realidad sintetiza lo que hemos construido como sociedad y lo digo en primera persona plural, porque todos en alguna medida somos responsables de aquello. Si analizamos rápidamente, la respuesta puede encontrarse tal vez en nuestro sistema educativo, que otrora garantizaba un currículum “basado en competencias” , pero que en la práctica se transformó solo “en mera competencia”. Prueba de ello es, por ejemplo, su sistema de admisión, su sistema de evaluación, su sistema de ingreso a la universidad, por nombrar algunas. Nuestro sistema educativo se encuentra en una constante competencia, ya sea en sus evaluaciones (calificaciones), por “prestigio”, por obtener recursos para poder seguir “educando” cómo es el caso del SIMCE (¡que macabro!), hasta por satisfacer egos de sostenedores (mi colegio es mejor que el tuyo); o, tal vez, sea la resultante de la educación del hogar, en mucho de los casos (no en todos) hedonista, esquiva y, cada vez más, irresponsable. Quizás la competencia en términos generales no sea mala, siempre y cuando no se hipotequen los valores... es ahí donde se traspasa la delgada línea entre lo moral y lo inmoral, entre lo digno y lo indigno. Hoy, en nuestro diario vivir, se ha vuelto cotidiano el querer ser mejor que el otro, el compararnos, el medirnos, el querer surgir, escalar, ser más, tener más a costa de todo. ¿Todo? ¿Incluso a costa de nuestros valores y principios? ¿En qué minuto dejó de importarnos el bien común? La actual pandemia que nos afecta, además de amenazar nuestra salud, amenaza, también, nuestra dignidad. Ha puesto en evidencia las desigualdades en materia tanto de salud, pasando por la educación, así, como también, en temas sociales y económicos, las que estaban disfrazadas en forma de cómodas cuotas mensuales. Un país aspiracional que se comparaba con países desarrollados. ¡Que frágiles somos! ¿no? Lo triste es que lo anterior no es otra cosa que el resultado de lo que hemos construido como sociedad, basado en el “dejar ser”, en el conformismo, en el “no salir de la zona de confort ¿?”, el hacer “vista gorda” y “oídos sordos”. Sin ir más lejos, hace un par de días, a raíz de la entrega de “ayudas” en forma de bonos y canastas familiares por parte del gobierno, administrado por las municipalidades, tras ser criticadas por ciudadanos dignos por como se llevó a cabo el proceso licitatorio (quienes fueron más favorecidos con la compra de insumos), por ser insuficientes en calidad y cantidad y por el show montado para su distribución, se pudo leer y escuchar expresiones como “No importa, total todos roban”; “no te conformas con nada”; "de que te quejas si te lo están regalando, malagradecido”; “venga de donde venga es ayuda igual”; “recibe igual aúnque no lo necesites”, “este mundo es de los vivos”, “la Plata no es tuya, come y calla” (¿la Plata no es mía? ¿Es del viejito pascuero?) sólo por mencionar algunas. La pregunta es ¿Dónde quedó la dignidad? Siguiendo el hilo, de un tiempo a esta parte se ha normalizado también avalar conductas como la corrupción, el dolo o el tráfico de influencias, ya sea por simple fanatismo o afinidad política partidista, o, tal vez, por agradecimiento ante algún favor concedido, quizás por mantener un puesto de trabajo propio o de algún familiar, a lo mejor, por conservar un status social ficticio obtenido por las mismas vías y, quizás, lo más terrible, porque “Dios y sus apóstoles” se pueden enojar. ¿Es eso digno? ¿Que ocurre si por querer el bien común, el tuyo y el mío, no estoy de acuerdo, critico, cuestiono y promuevo la transparencia? ¿esto me transforma en una persona resentida, inconformista, incluso zurda? ¿En que momento perdimos la dignidad?

Es verdad... de la dignidad no se vive, pero si podemos vivir con dignidad...

Hay algo en que todos estamos de acuerdo y es que el mejor legado que podemos entregarle a nuestros hijos es la educación... pues enseñémosle a vivir, a vivir siendo dignos.

¡Hasta recuperarla!

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