• 28 de marzo de 2024

Lecturas en tiempos de pandemia 2020: Juegos en el sur del Mundo

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Por Jorge Díaz Bustamante

Manos amigas nos designan custodio de este pequeño libro; “Juegos aborígenes del sur del mundo” del que, confesiones aparte, ignorábamos su existencia y que pertenece al conocido autor magallánico Mario Isidro Moreno. Moreno sorprendió en su momento con su obra “Raíces Magallánicas” que vio la luz en el año 1983.

El libro reunía una interesante compilación de tradiciones, folklore y costumbres de nuestra zona austral. De ahí en más, inició una prolífica obra enmarcada en el terreno de la investigación y el folklore. Sólo por nombrar algunos títulos: “Corazón de Escarcha”, “Patrimonio aborigen Patagónico-Fueguino”, “Mitos y Leyendas de Magallanes”, “Toponimia del sur del mundo”, “Cuentografía austral”. En “Juegos aborígenes del sur del mundo” nos sumerge en el mundo primigenio de los primeros habitantes de estas tierras australes; Los Aonikenk, los Kaweskar, los Yámanas, los Selknam. En una tierra primada por las carencias y la necesidad de subsistir los juegos de niños y adolescentes era preparatorios para enfrentar la lucha diaria por obtener el alimento, así los varones se preparaban confeccionando arcos y flechas, practicando tiro al blanco, que los selknam llamaban “uleka’i”, o pequeños arpones para simular la actividad de la pesca. Las mujeres lo hacían jugando a la casita, levantando unas pequeñas chozas imitando un campamento, asaban carne y se convidaban unas a otras. Hacen sus propias muñecas con palos de madera y la visten con cueros a la usanza de su raza. Otro de los juegos muy difundidos y placenteros para ellos era el columpio, que los kaweskar llamaban kerraktawa, kaiamola para los Yámanas. Se ataba una correa en lo alto de una rama resistente, se colocaba un cuero a manera de asiento y los niños se turnaban en la diversión, muchas veces acompañados con canticos de todos los participantes del juego. La lucha era un juego dondeparticipaban los adultos, yipatl, para los kaweskar, wiyekséin para los selknam. Se lucha solamente en parejas, no están permitidos los golpes ni los cabezazos, los contrincantes se toman de la cintura y tratan de desestabilizarse uno a otro, cuando alguien cae derribado, se termina el combate. En este mismo sentido, los Aonikenk, tenían una particular forma de mostrar sus destrezas, que llamaban “el palo al medio”, los tehuelches se sentaban en el suelo uno frente al otro, apoyaban la planta de los pies contra la de su contrincante. Luego tomaban una vara de madera y forcejeaban hasta desestabilizar al adversario. Otro juego que gozaba de mucha popularidad, era el de la pelota. Los kaweskar las hacían con el estómago de los lobos, los inflaban y posteriormente lo dejaban secar. Los Yámana la llamaban “kálaka” y la pelota se hacía con la membrana de los albatros, que la llenaban de edredones y la cosían posteriormente, también la hacían con tripa de lobo de mar que rellenaban con plumas y pasto seco. Los selknam lo denominaban “c’athur”. Básicamente el juego era el mismo, los participantes se ponían en círculo y la pelota era lanzada al aire. El juego consistía en evitar que la pelota cayera al suelo. Famosas son las carreras de caballo en pistas de menos de un cuarto de milla, organizadas por los Aonikenk, donde en medio de las apuestas, se medía la velocidad de los equinos, que son mencionadas por el capitán Robert Fitz Roy. Radburne menciona que esta competencia se realizaba en la pista natural de laguna Larga, próxima al asentamiento del cacique Mulato. Al norte de Punta Arenas en la llamada Pampa Chica, se realizaban las llamadas carreras “pamperas”. Los diestros jinetes montaban en pelo y la partida la daban ellos mismos a una señal convenida previamente. Para realizar esta obra el autor recurrió al estudio de amplia bibliografía y a los testimonios de los últimos representantes de las razas autóctonas. En suma un libro entretenido que te hace viajar al inicio de los tiempos. Los libros tienen la magia y propiedad de trasladarse, de movilizarse, de cruzar barreras sanitarias en tiempos de pandemia y de heredarse. No tengo ninguna duda que de conocerla en el plano físico, habríamos tenida largas y provechosas conversaciones.

Esta columna está dedicada a la memoria de Julia Illesca Alvarado. Madre, abuela y querendona bisabuela. Viajera apasionada, amante de la lectura y la jardinería, que por estos días cual ave primaveral decidió emprender el vuelo hacia otros designios.

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