• 27 de abril de 2024

LOS TRENES DE LA INFANCIA

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¿Quién, siendo niño, no se ha imaginado pasajero de un tren? En nuestra infancia hemos viajado por lugares desconocidos, sólo donde los trenes de nuestra imaginación han podido llevarnos.

Recuerdo esas lejanas navidades, donde recibíamos de regalo un tren, el placer de armar la vía férrea, instalar la locomotora con sus respectivos carros y luego maravillarnos en ese viaje que nos llevaba a todos los destinos que podíamos idear.

Los natalinos más antiguos recordarán con nostalgia aquel tren que se desplazaba desde Puerto Natales a Puerto Bories, que trasladaba a los obreros a ese centro ganadero y que en los tiempos de gran actividad arrastraba hasta 15 carros, servicio que no se interrumpía en todo el año. Este medio de transporte inició su funcionamiento en 1915 y perduró hasta los mediados de los 60. Tuvimos el privilegio de realizar ese legendario viaje por los caminos de la niñez.

Pocos saben que en el pasado surgió la idea de unir la ruta interdepartamental Punta Arenas-Puerto Natales a través de una línea férrea. Uno de los más entusiastas propulsores de esta idea era el jefe militar de la zona austral, general Ramón Cañas Montalva. Todo ello con el objeto de mejorar y aumentar los medios de transporte entre ambas localidades, además de destacar las bellezas naturales de la zona, promover el turismo y favorecer la subdivisión de tierras.

Alegaba el militar que esta iniciativa permitiría, promover mayor soberanía, surgirían poblados alrededor de la estación, además de mejorar la distribución económica y proporcionar empleo permanente a un gran número de personas que se desempeñarían en las actividades propias del transporte, mantención del ferrocarril, reparación de vías, maestranza, etc.

El proyecto se esfumó como una ilusión más, producto de las mezquinas cifras del alto costo de su construcción y mantención. Quienes sí construyeron su propio “camino de hierro” son los escritores Raúl Ruiz y Benoit Peeters. Ruiz, novelista, dramaturgo y director de cine, en conjunto con Peeters, novelista ensayista y escenógrafo, son los autores de un atractivo libro, que lleva por título “El Transpatagónico” y que precisamente trata de un tren imaginario que transita durante días la región meridional del continente.

“El Transpatagónico” es un insólito tren que reúne a un singular número de pasajeros a los que une un interés común: El placer de narrar historias de desbordantes fantasías.

“Cuando desperté oí dos murmullos constantes que no sé por qué no me dejaban salir del camarote. Uno era el tren pasando muy cerca de una pared de granito; el otro las voces de los pasajeros hablando sin parar: Al fin comprendí. El vagón donde me había instalado era aquel famoso vagón de los cuentistas del que había oído hablar en mi infancia y que creía desaparecido hace mucho tiempo” (p 25).

Las historias se suceden sin cesar, narraciones fabulosas, relatos y leyendas. Este es el verdadero juego de la imaginación, todo se vuelve alucinante, la realidad cotidiana queda suspendida para dar paso a un mundo nuevo que se crea y recrea a cada instante. Los pasajeros, los verdaderos protagonistas de los relatos, son conocedores del oficio de relatar historias. Algunas no terminaban nunca, otras no tenían pie ni cabeza. Algunas producen la agotadora sensación del eterno retorno.

“Pero varias eran tan cautivantes que aún me parece escucharlas”(p 53)

El Transpatagónico” es un libro de una extraña belleza poética, pleno de imágenes, como que ambos autores cineasta y escenógrafo, han dejado su impronta indeleble en donde lo onírico supera la barrera de lo posible y de aquello que no lo es.

La presencia del tren constituye el hilo conductor de todo el relato: “Amigos – concluyó el explorador antártico-, nuestro encuentro es una señal que sería criminal dejar pasar. Todos compartimos la misma pasión por los trenes. Todos hemos sufrido de no poder vivirla a fondo… Deberíamos formar entre todos una cofradía y construir un gigantesco circuito. Podríamos juntarnos regularmente para jugar hasta hartarnos” (p 98).

Una lectura que nos deja la nostalgia y la reminiscencia de un pasado poblado por aquellos trenes de la imaginación y los que la memoria intenta retener. Sin duda ambrosía para quienes gustan del vuelo de la imaginación, de los relatos laberínticos. Una vez más nuestra Patagonia tras los terrenos de la fábula, el mito y la leyenda.

JORGE DIAZ BUSTAMANTE

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