ULTIMA ESPERANZA* Febrero año 1966
Puerto Natales queda situado en una ladera, al borde del seno de Ultima Esperanza, en el canal Señoret, de modo que al llegar por la noche brillan sus luces desde lejos reflejadas en el mar. Sus casas de un piso, de madera, sin color, lo entristece como en la generalidad de los pueblos del sur. Frente a una horrible iglesia, crecen en una plaza inmensas flores.
Las condiciones de incomunicación de esta zona hacen apreciar al turista el esfuerzo formidable de sus pioneros chilotes, esa heroica y esforzada raza huilliche a la cual le debemos el progreso de la Patagonia chilena y argentina. También los yugoslavos contribuyeron al avance de esta región, pero en otra categoría. El paisaje es colosal y mientras más se recorre se siente la imponente grandiosidad andina que se sumerge con esplendor.
El hotel donde alojamos pertenece al alcalde, descendiente de yugoslavos. Conocemos dos checoslovacos que estudian la posibilidad de instalar una planta refinadora de carbón.
Las gentes disfrutan de mínimas entretenciones y viven descontentas. Sólo un teatro y dos cabarets, el Molino Rojo y el Royal, animan la monotonía, aunque sorben el dinero proletario.
En Ultima Esperanza vimos la Isla de los Muertos. En la Península Antonio Varas existió el primer pueblo, que debió trasladarse por falta de agua al sitio que hoy ocupa.
También divisamos Puerto Consuelo, del cual se cuenta la siguiente leyenda: durante la Segunda Guerra Mundial, el mal tiempo obligó a un ballenero a refugiarse en el fiordo Consuelo y allí descubrieron escondido un yate blanco, maravilloso. Cuatro hombres de la tripulación echaron un bote al mar y fueron a reconocer el barco. A medida que se acercaban, a pesar de sus gritos nadie se asomaba ni salía al puente del yate. No obstante los balleneros treparon por la escalera y recorrieron el barco: imperaba orden y aseo. Creyendo que el barco se encontraba deshabitado por su tripulación comenzaron a saquearlo: se llevaron la cuchillería de plata, los manteles finos y cuanto objeto de valor se reunieron. Intentaron abrir la caja fuerte, pero se les resistió. De pronto un tremendo grito proveniente de uno de los balleneros paralogizó a los saqueadores que fueron luego en su búsqueda. En la cámara del capitán yacía la oficialidad integra, escrupulosamente vestida, pero muerta, ante lo cual los balleneros, aterrados huyeron llevándose especies para atestiguar la existencia de dicha nave.
Años después el capitán del ballenero volvió y consiguió saquear el oro e irse a vivir a Miami donde se convirtió en un próspero comerciante. Dice mi amigo oficial de marina que valdría la pena intentar desguazar el barco construido a la perfección. Me confidencia que cuando sobrevuela el territorio mira a la bahía con el anhelo de realizar semejante hazaña. El, como muchos, piensa que ese es un barco alemán con algún almirante destacado a su mando y que la oficialidad se suicidó al conocer la derrota de Hitler. Pero nosotros que bordeamos un buen trecho del fiordo, ni siquiera vimos barco alguno. De seguro se halla oculto en uno de los mil recovecos del Seno de Ultima Esperanza…
TERESA HAMEL “La Prensa Austral”, 18 de agosto de 1982.
Recopilado por J.D.B.-