• 28 de abril de 2024

LA CATEDRAL DE ANCUD

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Por Graciela Illanes A.

La iglesia Catedral sobresale entre los monumentos ancuditanos. Está frente a la plaza, llena de flores, y se destaca por sus líneas simétricas y severas.

Tiene un amplio atrio en su frontis principal. Cerca de su entrada se indica 1903, fecha de su construcción. El 1° de enero de 1901 se puso su primera piedra. Gobernaba don Federico Errázuriz y era Obispo de Ancud don Ramón A. Jara. Fué edificada bajo la advocación de la Virgen del Carmen y de San Carlos Borromeo, patrono de la diócesis y de la ciudad. En la gran lápida colocada a mano de recha, a pocos pasos de la entrada, se obtienen también estos datos.

Es un templo magnífico, de estilo románico en sus tres naves, las que son de gran elevación y vastas proporciones. Vitrales multicolores le dan claridad tornasolada. Al penetrar aquí, la concepción de la pequeñez humana apaga las vanidades terrestres, y la mente se orienta en deseo de perfección espiritual.

Las tres de la tarde es una hora de silencio preponderante en esta iglesia. Es el momento que miles de cristianos recuerdan como la hora de la cruz. El lugar, la recordación, el silencio hacen pensar en la piedad que lo ha erigido y en los miles de feligreses que la han visitado, impulsados por su fe y devoción. En sus anchas naves resuenan las pisadas y se hace notorio el más leve murmullo de las voces y, no obstante, la misma soledad hace pensar en las generaciones de ancuditanos que aquí han orado.

Una mirada más prolija a lo material y próximo muestra sus elegantes detalles y que en todo ha pretendido ponerse una nota de arte. Bajorrelieves dorados y plateados adornan los terminales de las columnas. Los confesonarios, de sencilla construcción, tienen tallados prolijos. Algunos pilares, que sostienen las imágenes de los santos, muestran los mismos elegantes bajorrelieves que los terminales de las columnas, y hasta las bancas, en sus respaldos, presentan algunos adornos tallados.

El altar mayor es de purísimo mármol blanco y también las pilastras que están junto a él. La imagen de la Virgen rodeada de ángeles está bajo la cúpula, que se inicia detrás del altar mayor, y preside todo ceremonial que se efectúe en esta magnífica iglesia. Los altares de las naves laterales son de madera; no desentona este diferente material junto al altar mayor; por lo contrario, su belleza sencilla resalta en la amplitud del templo.

Floreros llenos de flores adornan los altares, pero no de una sola clase, sino en grupos heterogéneos, semejantes a los ramos que se venden a veces en la estación de Quillota.

En relación con esta Catedral hay una hermosa y triste leyenda, que escritores de la isla han comentado, y ella es la de la "campana sumergida". Don Francisco de Paula Solar, uno de sus primeros obispos, encargó a Alemania una gran campana. El barco "Schiler" fué el encargado de conducir la campana a costas chilenas, pero con tan mala fortuna que, al llegar casi a su destino, un gran temporal lo hundió en Aguí, cerca de Ancud. Fueron en vano, en tal trance, los ruegos y las imploraciones que hacían al cielo los que desde tierra contemplaban el horrible vaivén del barco. Antes de hundirse en definitiva, la campana dejó oír un lastimero sonido, cuyas vibraciones se prolongaron dolorosamente en cada ser que lo escuchó. Los ancuditanos, entonces, sólo atinaron a arrodillarse y a rezar por los náufragos. Bajo la impresión de esta tragedia, vivieron en esa ocasión una noche de angustia y de pesar.

A las cinco de la mañana se oyó nuevamente el tañido prolongado — que remedaba un quejido humano— de la campana. La gente salió presurosa de sus hogares, estimulada por el mismo sentimiento, a orar en los diferentes templos, pues todos interpretaron, al unísono, que el alma de los viajeros, que tan repentinamente habían encontrado la muerte, pedía de este modo rezos.

Desde aquel día aciago, en Ancud, cada vez que hay temporal, se oye, en medio del fragor de la tormenta, un tañido lento y plañidero de una campana. La gente que lo escucha — y son muchos—■ modula una jaculatoria o una larga oración por todos los navegantes y náufragos del mar.

No es este sólo el epílogo de aquella tragedia. La imaginación ha agregado algo más. Todos los que han perecido en los naufragios acuden llamados por el son de la campana sumergida a una Catedral submarina que está en las afueras del golfo de Ancud. Allí oyen la misa que oficia, en lengua alemana, el sacerdote rubio que también pereció en aquella ocasión. Esta campana, que no alcanzó a estrenar la Catedral de Ancud, fué hecha en Stuttgart.

(revista “En Viaje”, agosto 1953)

NOTA: La fotografía corresponde a la imponente construcción, que servía de referencia a los navegantes por su envergadura (70 mts de altura). El terremoto de 1960 destruyó estas dependencias. A posterior y con la participación y generosidad de los ancuditanos se construyó una nueva iglesia.

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