• 26 de abril de 2024

UN SALESIANO EN TIERRA DEL FUEGO

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Por: Manuel Rojas

ALBERTO M. DE AGOSTINI llegó a Tierra del Fuego en 1910. Era un sacerdote italiano, salesiano por más señas; pero, esencialmente, un hombre de ciencia, podríamos decir, más precisamente, un explorador, un geógrafo, un deportista, además de cartógrafo y topógrafo. Era un hombre en el terreno, sin embargo, no un académico ni un profesor. De otro modo no merecería el nombre de explorador, el de topógrafo, el de cartógrafo y, mucho menos, el de deportista. En él todo iba junto.

La Tierra del Fuego lo atrajo. Era, en ese tiempo, casi desconocida, eso a pesar de que mucha gente, incluso alguna muy notable, había andado por allí. pero habían andado por las playas, por los canales y estrechos, por las orillas de las islas, rodeándolas, como Fitz-Roy y otros marinos y hombres de ciencia; quizas hasta habían caminado sobre sus mesetas, pero la cordillera fueguina, mejor dicho, el macizo que se levanta. entre el canal Beagle y el seno o fiordo Almirantazgo, estaba intacta. Ni siquiera los indios, onas, alacalufes o yámanas, la conocían.

Le gustó la Tierra del Fuego al salesiano De Agostini. Es una tierra que tanto puede agradar como desagradar: depende del tiempo y del estado de ánimo. El capitán Cook, que la visitó en 1774, en el mes de diciembre, arribó para su mala suerte sobre la costa sudoeste del archipiélago, ahí donde el viento SO pega más fuerte y el mar parece enloquecerse bajo su duro látigo: “Es lo más espantosa que he visto jamás -escribió-; está al parecer, cuajada de montañas y de rocas, sin el menor vestigio de vegetación. Terminan esas montañas en horribles precipicios y se elevan sus cumbres escarpadas a grande altura. No hay en la naturaleza otro sitio que presente más salvajes y horripilantes visiones”. También es importante el sitio a donde uno atraque. Otro inglés, sin embargo, el comodoro John Byron, no estuvo de acuerdo con Cook, pues dijo: “La tierra estaba cubierta de flores, que en nada desmerecían de las que comúnmente cultivamos en nuestros jardines, ni por su variedad, ni por la magnificencia de sus colores, ni por el aroma que despedían. No puedo menos de creer que, si no fuera por el excesivo rigor de los inviernos, seria esta región, por sus cultivos, una de las más hermosas del globo”.

ELOGIOS PARA SARMIENTO

Pero lo que le interesaba a De Agostini era la gran cordillera de Tierra del Fuego. había noticias y referencias de algunas montañas vistas, pero no exploradas, y no eran muchos tampoco los que las habían visto, pues yacen, la mayor parte del tiempo, cubiertas bajo espesas nubes y neblinas, el monte Sarmiento, por ejemplo, que debe su nombre al navegante español Pedro Sarmiento de Gamboa, aunque no fue él quien le puso su nombre; lo llamó volcán Nevado, pues creyó que tal era, y fue el capitán King quien le puso Sarmiento en honor de su descubridor. Hasta ese momento el Sarmiento había recibido muchos elogios: “Una de las más impresionantes escenas que recuerda mi memoria”; “Una aparición mágica y terrorífica”; “. . .surge como por ensalmo del mar y presenta de golpe su imponente majestad al atónito marinero que navega a sus pies”.

En 1913, De Agostini, que había hecho ya algunas exploraciones de la región que le interesaba, y acompañado del Dr. J. B. de Gásperi, naturalista y glaciólogo, y de Abel y Agustín Pession, guías alpinos, partió de Punta Arenas. Era el 23 de enero. En los primeros días de marzo estaban de vuelta: el mal tiempo los hizo devolverse. Pero De Agostini volvió a la carga: el 15 de diciembre de ese mismo afio volvió a embarcar, ahora en una escampavía del gobierno de Chile y acompañado por otros dos guías alpinos, además de un muchacho chilote que se ocuparía del rancho. Atravesaron el Estrecho de Magallanes, entraron al canal Magdalena y a las siete de la tarde estaban al pie del Sarmiento. Aprovechando las últimas luces armaron las carpas. A las 4 de la mañana del día siguiente, ya estaban los guías abriendo a hachazos un sendero que les permitiera llegar a un lugar en donde, abrigados del viento y un poco de la lluvia, pudieran permanecer. A las 10 estaban ya instalados. Desde ese día, hasta después de la primera quincena de enero de 1914, los tres hombres hicieron numerosos reconocimientos: descubrieron lagos y ventisqueros, estudiaron la flora e hicieron varias tentativas de subir, llegando a veces hasta los 800 metros, otras veces hasta los mil; en una de esas salidas De Agostini sufrió el desgarro de un tendón y estuvo ocho días inmovilizado; cuando se metían a la selva debían andar como monos y cayendo a los lodazales. Todo lo anotaba. Sólo el 22 de marzo, más de un mes después de partir de Punta Arenas, y a las dos de la mañana, con cielo limpio, iniciaron la que creyeron ser la definitiva tentativa. Alcanzaron un canal que ya conocían, llegaron a orillas del glaciar y a las 4 de la madrugada llegaron a una cresta descrita por un alpinista llamado Conway; siguieron por ella y poco después, amarrados entre sí para mayor seguridad, empezaron a atravesar el glaciar; en ese momento empezó a salir el sol; nieve blanda; viene la neblina, se despeja y aparecen los dos picos del Sarmiento. A las 7 llegan a un lugar que alcanzaron en una de las primeras tentativas. Desde ahí, caminando con mucho cuidado, y a las nueve de la mañana, alcanzan hasta los 1.750 metros. No irían más allá: aludes de nieve y hielo empiezan a rodar cerro abajo. Se dan cuenta de que deberían haber hecho un campamento alto y trepar antes de que salga el sol, pero ya es tarde y deben regresar. Nadie había llegado tan arriba.

EXPLORADORES EN BUSCA DE UN “PASO'”

DE AGOSTINI reconoció poco después la cadena de montañas que se prolongan ininterrumpidamente desde el Sarmiento hacia el Este y que cuenta con algunas montañas de notable altura. Su deseo era ver el monte Buckland, pero, por algún motivo, aunque encontró un cerro que le parecía el Buckland, no estuvo seguro de que era. Pero navegó por fiordos, canales, radas, bahías, llena la tierra de ventisqueros y pájaros, desde cormoranes hasta patos a vapor y caiquenes. Bautizó algunos accidentes del terreno con nombres que le eran queridos, entre ellos el cerro Sella y el monte Jordán, de 1.600 metros. Reconoció después todo el fiordo o seno del Almirantazgo, sin dejar nada por ver y comentar, desde las ensenadas y las montañas a las ballenas y las exquisitas centollas. Pero, de todo ese trabajo de 1913, lanzado ya en las exploraciones, a tal punto que su habitación corriente era el cúter o el escampavía, fue la travesía efectuada de la Sierra Valdivieso, desde el seno del Almirantazgo hasta Ushuaia. Todos los exploradores y geógrafos que habían visitado Tierra del Fuego se habían preguntado a su turno si existía un paso desde la extremidad de la ensenada del Almirantazgo hasta el canal Beagle. Varios exploradores, Zurueta, argentino; Nordenskjöld, sueco, y Skottsberg, sueco también, habían tentado hallar ese paso. De Agostini quiso también hallarlo.

En febrero de ese año de 1913, después de explorar el glaciar Marinelli, De Agostini, acompañado del Dr. De Gásperi y de los dos guías, partió en cúter desde las islas de Los Tres Morros, en donde había estado aguantando un temporal; desembarcó en el fondo del lago, en donde nace el rio Azopardo, y como era imposible navegar el río, desembarcó, despidiéndose de la marinería y partiendo inmediatamente. Su plan era caminar por la depresión que separa el lago Fagnano del seno del Almirantazgo, costear después la vertiente occidental del lago y penetrar en el valle Beldeber, y, a través de unas colinas señaladas por ahí en los mapas chilenos, llegar al valle Latapaia, a unos pasos del Beagle. El primer día, con grandes dificultades y siguiendo por la orilla del Azopardo, peleando con árboles y rocas, pantanos y cañadones, selvas pluviosas y barro, llegaron, molidos y mojados, a un lugar en que encendieron una fogata secaron sus ropas y pretendieron dormir; pero era tanto el cansancio que sólo lograron dormir al amanecer. Despertaron al siguiente día en medio de un temporal de viento y lluvia; ese día, con peores vicisitudes que las del día anterior, pues hubieron de vadear un rio y atravesar un inacabable terreno cubierto de hayas rastreras, pudieron, ya tarde, establecer un campamento en los momentos en que empezaba a nevar. El tercer día, viajando ya por regiones desconocidas, descubriendo lagos y ríos, llegaron a un punto cuya ubicación ignoraban. ¿Para donde deberían dirigirse? Decidieron bajar a un valle que estaba a sus pies, un valle repleto de millones de árboles muertos y vivos, tan difícil de transitar que si no hubiese sido que hallaron por ahí unos caminos de guanacos -ya se habían comido dos de ellos- habrían, quizás, pensado en volver sobre sus pasos. Pero, ahí mismo, y luego de haber resuelto proseguir, encontraron, con gran alegría, un tronco de árbol serruchado en varias partes; ¡había gente cerca! Poco más allá apareció un rancho abandonado, un rancho que les pareció un palacio de cuentos de hadas…con el inconveniente que estaba lleno de mosquitos y hubieron de pagar el consiguiente tributo en sangre. Gracias a los mosquitos se dieron cuenta de que estaban ya a nivel del mar; el barómetro lo indicaba también. A las 11 de la mañana del día siguiente encontraron, en una pequeña pradera, una manada de bueyes que pastaban tranquilamente. Poco más adelante estaban los trabajadores y las casas de la estancia. Al día siguiente llegaron a Ushuaia, a orillas del Beagle.

DE AGOSTINI: EL HOMBRE INFATIGABLE

Desde Ushuaia, De Agostini, incansable, trepó con sus dos guías el monte Olivia, intocado todavía, por lo menos en sus dos cumbres, clavando en lo más alto una bandera argentina que le había dado el gobernador de aquella posesión argentina. después, en ese mismo año o en otros, De Agostini exploró la cordillera Darwin y el canal Beagle; llegó hasta Cabo de Hornos, la isla de los Estados y la isla Negra. Visitó después Rio Grande y Porvenir. Hizo un estudio sobre los indios fueguinos y conoció la más intrépida gente marinera de esa región. Bautizó veintisiete accidentes geográficos de la Tierra del Fuego: glaciares, ríos, lagos, fiordos, montañas, ensenadas, cordones, valles y sierras, muchos de ellos no tocados todavía por el ser humano, ni siquiera por los indios. A los setenta y seis años, según se dice, dirigió una tentativa para subir el Sarmiento. Un hombre infatigable y un espíritu también infatigable. Su sed de conocimientos no tenia, al parecer, fin.

(revista “En viaje” julio 1969)

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